Imaginemos, por un momento, que el mundo está habitado por altruistas, por madres Teresa y abbés Pierre. No habría miserias ni guerras; reinaría la bondad planetaria y la fraternidad entre los pueblos. Pero el hombre es también un lobo para el hombre, nos recordaba Hobbes. De ahí la conclusión, a veces apresurada, de que la humanidad se repartiría entre dos tipos de personas: los de noble corazón, entregados espontáneamente a las causas humanitarias, y la masa de cínicos, mezquinos y egoístas. Conclusión precipitada y desprovista de fundamento. Los estudios más recientes en psicología dejan entrever que nadie nace altruista. Al contrario, todos pueden lograrlo o dejar de serlo. La ciencia nos aclara que son las circunstancias las que transforman el lobo en cordero o, al contrario, la calabaza en carroza.
El altruismo depende bastante de la mirada del prójimo. Según el novelista Hervé Bazin, "cuando la generosidad ya no es un espectáculo, cree perderse". En otras palabras, nos gusta mostrarnos generosos para producir una buena impresión en nuestro entorno. Si es verdad que la "visibilidad social" de un acto altruista hace que algunas personas se muestren más generosas, en la masa se puede generar el comportamiento inverso, la indiferencia.
Lo más comentado
Los genes nos impiden desentrañar el origen de la vida y del universo
No, la física cuántica no dice eso
La vistosa nube naranja
Un milagro en el Sol