La metáfora de "la zona gris" permite el estudio de la violencia en toda su complejidad. Más allá del blanco y negro, de "los buenos" y "los malos", la víctima también puede convertirse en verdugo.
wikimedia commons / Private H. Miller / Ejército de los Estados Unidos de América
El acontecimiento que más dolor y destrucción ha causado al ser humano a lo largo de la historia han sido las innumerables guerras en las que se ha embarcado, los sangrientos genocidios en los que ha participado y las numerosas acciones terroristas que de forma meticulosa ha diseñado y consumado. Pero también las batallas campales que protagonizan los grupos y pandillas juveniles, la violencia de género, los crímenes de odio cada día más frecuentes en sociedades multiculturales, o la violencia escolar (el bullying). Todos estos acontecimientos tienen en común su inserción dentro de una siniestra espiral de «buenos» y «malos», de «amigos» y «enemigos», de «tirios» y «troyanos»; todos ellos caen dentro de la activación de divisorias intergrupales, a las que aludíamos en otro momento en esta revista [véase «Los cimientos de la violencia», por Amalio Blanco en Mente y cerebro n.º 49].
No hay duda de que dichas acciones las protagonizan personas concretas, pero muy posiblemente no sean sus disposiciones personales (los rasgos diferenciales de su personalidad) o biológicas las que más nos ayuden a resolver el enigma de las guerras, de los genocidios o del terrorismo; ni siquiera en aquellos casos en los que pareciera estar especialmente aconsejado jugar todas las bazas a la carta psicológico-individual, como en el de los terroristas suicidas. En este, como en tantos otros casos, resultaría cómodo aceptar la idea de que se trata de personas que no están en su sano juicio.
Enero/Febrero 2012
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