Las personas que se sienten aisladas se muestran más propensas al pensamiento conspirativo.
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El aislamiento social favorece la creencia en las fabulaciones. Damaris Graeupner y Alin Coman, de la Universidad Princeton, solicitaron a 119 personas que escribieran sobre un suceso social desagradable. A continuación les preguntaron sobre su estado anímico y les pidieron que indicasen, a partir de una escala del uno («en absoluto») al siete («totalmente»), la credibilidad que les merecían tres teorías conspirativas [véase «Teoría de la conspiración», por Roland Imhoff y Pia Lamberty; Mente y Cerebro n.o 84, 2017]. Entre otras cuestiones, les plantearon cuán factible consideraban la posibilidad de que el Gobierno tratase de manipular a los ciudadanos mediante mensajes subliminales.
Si el recuerdo desagradable había despertado sentimientos de exclusión en los probandos, estos se mostraban más propensos a creer tales afirmaciones. Los científicos constataron un fenómeno similar en un segundo experimiento, en el que explicaban a una parte de los sujetos que otro probando no quería trabajar en el mismo equipo que ellos.
Graeupner y Coman sugieren que se trata de un círculo vicioso: cuando una persona que se considera marginada cree en teorías de la conspiración, se la aparta todavía más de la sociedad. Pero el hecho de encontrar individuos que comparten ideas afines consolida sus convicciones. «Romper este círculo vicioso sería la mejor opción para acabar con las teorías conspirativas», propone Coman. Ello sería posible, por ejemplo, si se reinsertara a estas personas en la vida social.
Journal of Experimental Social Psychology, vol. 69, págs. 218-222, 2017
Septiembre/Octubre 2017
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