En la escena, una celda es angosta y sucia. Acurrucados en el frío suelo hay tres hombres vestidos con sayones de lino. Miran al vacío. Se estremecen al menor ruido. Nuevo fotograma: aparecen dos carceleros, uniformados, al otro lado de las rejas. Llevan gafas de sol azogadas y hacen resonar las porras de goma en las palmas de sus manos. Esos cuadros de auténtica pesadilla pertenecen a la película El experimento. Según sus directores, se inspiraron en las investigaciones de Philip Zimbardo (1971), quien mostraría su desacuerdo con esta dramatización cinematográfica.
Este profesor de la Universidad de Stanford había elegido para su ensayo a un grupo de estudiantes "psíquicamente sanos" y los había dividido, de forma aleatoria, en dos grupos: "vigilantes" y "reclusos". Los participantes habían de pasar dos semanas en una prisión simulada. Pero al cabo de seis días, tuvo que interrumpir el experimento: los "vigilantes" habían desarrollado rasgos de sadismo; en su trato con los "reclusos", recurrían a la violencia física y psíquica.
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