De manera inmediata, la palabra estrógeno evoca sexo. La publicidad de esta hormona obedece a su participación determinante en el control de todos los procesos necesarios para la reproducción femenina. Los estrógenos controlan el ciclo menstrual, bajo cuya influencia maduran los ovocitos dispuestos para la fecundación, propician la ovulación y preparan el útero para la anidación del embrión. Sin esta hormona sexual, producida mayoritariamente en los ovarios, y de la que se conocen muchas variantes, no podría desarrollarse ningún ser vivo dentro del seno materno. El incremento de los valores plasmáticos de este mensajero durante la pubertad explica las formas femeninas y la maduración sexual. En dos palabras, los estrógenos hacen mujer a la mujer.
No en vano se ha considerado el prototipo de la hormona sexual femenina, motivo por el que los expertos han llegado a creer durante mucho tiempo que sus efectos se desplegaban exclusivamente sobre los órganos responsables
de la reproducción. Sin embargo, se sabe que la regulación de los valores estrogénicos se halla sujeta a un ciclo complejo: por una parte, los mensajeros del hipotálamo y de la hipófisis regulan la producción hormonal de los ovarios y, por otra, los estrógenos actúan sobre estas dos estructuras encefálicas. Se descubrió, hace tiempo, que nuestro cerebro o, por lo menos, parte del mismo, se mostraba sensible a las hormonas sexuales.
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