Mariana, de ocho años, lee en voz alta el libro de texto sentada a la mesa de la cocina. A media lectura y sin motivo aparente, se detiene. "Mariana, ¿estás soñando otra vez?", le pregunta su madre. Pero la niña no reacciona. Con los ojos vueltos hacia arriba, sigue ensimismada. Algunos segundos después, vuelve en sí y reanuda la lectura en el punto en que la había dejado, como si nada hubiera sucedido. Esta extraña situación se repite varias veces al día. Su madre decide, por fin, llevarla al médico. El pediatra le explica que su hija probablemente padece "ausencias", una forma de presentación de epilepsia, y la remite a un neurólogo infantil.
¿Epilepsia? Para muchos, la primera imagen que viene a la mente es la de una persona que pierde por completo el control sobre su cuerpo y cae al suelo desvanecida entre convulsiones, con riesgo de morderse la lengua. Pero semejante presentación, propia de una crisis tónico clónica generalizada (antiguamente denominada grand mal, a la francesa) no es más que una de sus muchas caras.
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