Los progresos de la neurología sitúan a los penalistas, psicólogos y psiquiatras forenses ante nuevos desafíos. La ciencia examina cada vez mejor aquellos procesos cerebrales que están detrás de una conducta violenta o delincuente. Razón por la cual se impone revisar los conceptos tradicionales de culpabilidad y responsabilidad, sobre los que se apoya todo sistema jurídico.
Con el famoso experimento de Benjamin Libet surgieron dudas de peso sobre el libre albedrío. Hay muchos coetáneos convencidos que la mecánica interna del cerebro, y no las decisiones conscientes del individuo, determina nuestra conducta. Andando el tiempo, siguen razonando, los primeros abogados sagaces aducirán, a favor de sus defendidos, circunstancias atenuantes, según el lema "él no tenía la culpa; ha sido su cerebro".
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