Lo que la incertidumbre nos enseña sobre el cerebro.
NASA / JPL / UNIVERSIDAD DE ARIZONA
Aunque el cerebro detesta la ambigüedad, nos sentimos curiosamente atraídos por ella. Muchas y famosas ilusiones ópticas se sirven de la ambigüedad para estimular gratamente los sentidos. La resolución de incertidumbres suscita un placentero sobresalto en nuestro cerebro, parecido al que se experimenta en el ¡Eureka! de acertar con la solución de un problema. Tales observaciones llevaron a Hermann von Helmholtz a señalar que la percepción tenía mucho en común con el acto intelectual de resolver un problema. Esta idea ha cobrado nuevos alientos en tiempos recientes, defendida por un elocuente paladín, Richard L. Gregory, de la Universidad de Bristol.
Las llamadas "figuras biestables", así las ilusiones donde podemos ver, ora a una joven, ora a su anciana madre, y (b) que tanto puede ser un jarrón como un dos perfiles faciales, se repiten en los libros de texto erigidas en ejemplo claro de la modificación de la percepción a través de las influencias "desde lo alto" (conocimientos o expectativas preexistentes) procedentes de los centros cerebrales superiores (donde se encuentran ya codificados símbolos perceptivos como "vieja" y "joven"). A menudo se cree que tal cosa significa que uno puede ver lo que desea ver, lo cual, aunque absurdo, contiene más verdad de la que muchos colegas estarían dispuestos a admitir.
Enero/Febrero 2009
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