
© ISTOCKPHOTO / Allan Brown
El asesinato del propio hijo por parte de la madre, del padre o de ambos no es un fenómeno de nuestros días. Su historia se superpone a la de la humanidad. En algunas culturas (por ejemplo en determinadas tribus esquimales o en ciertos pueblos nómadas) el infanticidio no se condena ni ética ni jurídicamente. Durante muchos siglos el padre de familia era quien determinaba el tamaño del clan. El decidía si se aceptaba al niño, lo mataba o permitía su sacrificio. El estado no sancionaba esa acción criminal; los autores no habían de temer ningún tipo de castigo.
El infanticidio se introdujo como un procedimiento eficaz para regular el crecimiento de la población, sobre todo cuando había escasez de alimentos o amenazaba un período de estrechez económica. Entre las víctimas predominaban las niñas (particularmente en China e India), porque podían contribuir menos que los varones a asegurar la supervivencia de la familia; «valían» menos. Hasta el siglo xix en algunas regiones alemanas era frecuente dejar que los niños «fuesen al cielo» cuando los padres vivían en apuros y carecían de los medios financieros necesarios para alimentar a un nuevo niño.
Lo más comentado
Un artículo dice
¿Qué es la vida?
La tercera convergencia tecnológica, un viaje hacia atrás en el tiempo
No, la física cuántica no dice eso