
gehirn & geist / andreas rzadkowsky
Los enfermos explican que oyen voces que les hablan. Se estiman personas que no son; sospechan que les persiguen. A menudo, alguno deja transcurrir las horas sentado inerte en un rincón; al instante, explota en un ataque de rabia; sin motivo aparente, se sumerge en una tristeza mortal o rompe a reír. Al no existir una terapia que acoja bajo una denominación concreta ese cúmulo de síntomas, la dolencia persiste con el paso de los años. Sin embargo, cada enfermo mental presenta una serie de síntomas en primer plano. La "locura" tiene multitud de rostros, por lo que no existe un cuadro clínico nítido y único.
Quien, a finales del siglo xix, visitaba una institución psiquiátrica, se llevaba una imagen un tanto confusa: la que transmitían los propios pacientes, por supuesto, y la que percibía en los médicos. Nadie sabía con certeza qué mal aquejaba a sus pacientes.
Un profesor de Heidelberg, con bigote tan imponente como su propio nombre, Emil Wilhelm Georg Magnus Kraepelin (1856-1926), puso fin, de forma provisional, a tal estado de cosas, cuanto menos insatisfactorio para los psiquiatras de entonces: sentó las bases de la sistemática sobre las enfermedades mentales, que, en sus partes esenciales, continúa siendo válida.
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