Las excursiones nocturnas a un mundo de ensueños revelan que el cerebro alcanza la conciencia cuando no estamos despiertos.
GEHIRN & GEIST / MARTIN BURKHARDT
Si ha visto usted la película de ciencia ficción Origen, posiblemente haya contenido el aliento al ver cómo Ariadne, la estudiante de arquitectura en el film, echaba sobre sí las calles de París, como si de mantas se tratara. Esta pasmosa secuencia, homenaje a M. C. Escher, demuestra la desconcertante naturaleza de los sueños. E invita a la reflexión: ¿Qué son los sueños? ¿Qué revelan sobre la naturaleza de la conciencia?
La primera de las preguntas tiene fácil respuesta. Los sueños consisten en alucinaciones sensoriomotoras dotadas de estructura narrativa. Y se experimentan de forma consciente: en ellos vemos, oímos y tocamos (curiosamente no sentimos olores) situados en ambientes que nos parecen reales. No somos meros observadores pasivos; en los sueños hablamos, amamos, luchamos o corremos.
No obstante, la conciencia no es la misma que en estado de vigilia. Al soñar somos casi totalmente incapaces de introspección: no solemos preguntarnos de dónde nos viene la mágica capacidad de volar ni por la posibilidad de reunirnos con personas fallecidas hace tiempo. Solo raras veces podemos controlar el desarrollo de un sueño, si bien en ellos ocurren eventos y nosotros actuamos.
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