A primera vista, definirse a sí mismo no tiene ningún secreto: cada uno es consciente de cómo es. Sin embargo, numerosos procesos que intervienen en la formación de la propia imagen son inconscientes, incluso pueden manipularse.
¿Hasta qué punto podemos fiarnos de la mirada interna con la que nos juzgamos a nosotros mismos? [Getty Images / Stefano Tiraboschi / iStock]
El sí mismo engloba las opiniones y juicios que nos formamos sobre nuestro propio yo. Se alimenta en parte de reflexiones conscientes, pero sobre todo de procesos inconscientes.
El autoconcepto resulta más flexible de lo que nos parece: la presentación breve de estímulos, así como las estimulaciones cerebrales, alteran nuestros juicios del yo.
Cómo llega el cerebro a crear un sí mismo compacto, estable y operante sigue siendo un enigma.
En ocasiones, el mundo debe detenerse para que nos encontremos a nosotros mismos. Un joven francés experimentó esa misma sensación cuando el comienzo repentino de un crudo invierno le mantuvo retenido durante semanas en un pueblo del sur de Alemania. Rodeado de hielo y nieve, sin poder salir de su alojamiento, nuestro protagonista comenzó a indagar las fuentes del conocimiento humano. Una ocupación que, años después, le llevaría a formular la célebre frase: «Cogito ergo sum». Pienso, luego existo.
El joven, como es probable que haya sospechado el lector, no era otro que el matemático y filósofo René Descartes (1596-1650), a quien el involuntario exilio a finales de 1619 en Neuburgo, en el Danubio, quizá le ayudó a concluir que no hay nada seguro, a excepción de la existencia de nuestro propio pensamiento. En palabras del filósofo y escritor Richard David Precht: «Descartes había situado el yo en el centro de la filosofía».
Sin duda, los actuales psicólogos y neurocientíficos ya no comparten el optimismo del racionalista francés respecto a la capacidad de comprendernos a nosotros mismos. Timothy Wilson, de la Universidad de Virginia en Charlottesville, argumenta que la observación interior de uno mismo, la introspección, es poco apropiada para descubrir las intenciones del yo. ¿El motivo? Las personas no somos conscientes de la mayoría de los procesos que conforman nuestro yo.
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