
En la década de los cincuenta, el galardonado biólogo Jonas Salk (1914-1995) investigaba remedios para la poliomielitis en un oscuro laboratorio de un sótano de Pittsburgh. Ante la lentitud con que avanzaba, Salk decidió viajar a Asís, en Italia, para despejarse la mente. Allí, deambulando sin prisas entre las columnas y claustros de la medieval basílica franciscana, le invadieron intuiciones nuevas, entre ellas, la que le conduciría a su exitosa vacuna contra la poliomelitis. Salk estaba convencido de que debía su inspiración al entorno contemplativo que le rodeaba. Llegó a creer con tal intensidad en la influencia de la arquitectura en la mente que se asoció con el arquitecto Louis Kahn (1901-1974) con el objetivo de construir el Instituto Salk en La Jolla, un centro científico ideado para estimular la investigación y fomentar la creatividad.
Desde hace tiempo, los arquitectos intuyen que el ambiente condiciona aquello que pensamos, sentimos y hacemos. Hoy, medio siglo después de la inspiradora excursión de Salk, los científicos conductistas apoyan tales presentimientos en datos empíricos. Aportan ideas seductoras para el diseño de espacios que estimulen la imaginación y mantengan la concentración y la conciencia de los estudiantes, a la vez que favorezcan la relajación y la cercanía social. Ciertas instituciones, como la Academia de Neurociencia para la Arquitectura en San Diego, alientan una investigación interdisciplinaria sobre los efectos de un entorno concreto en la mente; también existen escuelas de arquitectura que ofrecen clases de introducción a la neurociencia.
Lo más comentado
Mañana, ayer y hoy
Cómo matar de una vez por todas al gato de Schrödinger
Pensamiento crítico: más allá de la inteligencia
Magia con paparruchas