
© fotolia / Eric Isselée (ratón); GEHIRN & GEIST / MEGANIM (adn)
Hace doce años, Joe Z. Tsien sumergió un ratón pardo en un estanque de agua turbia. Apenas introdujo la cola, el roedor comenzó a refunfuñar, y es que el baño no suele ser del agrado de los ratones. Sin embargo, en cuanto quedó libre, comenzó a nadar trazando amplios círculos, orientándose mediante las formas de colores que colgaban sobre el estanque. Y en cuestión de segundos, se dirigió a la seguridad que ofrecía una pequeña plataforma escondida bajo la superficie del agua.
La mayoría de los ratones necesitan al menos seis sesiones para recordar la ubicación de la plataforma en un laberinto acuático de Morris. En cambio, este solo precisó tres.
Tsien, que trabajaba en aquel momento en la Universidad de Princeton, bautizó a su creación como Doogie, el nombre del genio adolescente protagonista de la serie Un médico precoz, Doogie Howser. Su trabajo fue uno de los primeros ejemplos de aplicación de la ingeniería genética en el campo de la neurología para engendrar animales con mejoras cognitivas, en un intento de entender la memoria y el aprendizaje [véase «Ratones expertos», por Joe Z. Tsien; Investigación y Ciencia, junio de 2000].
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