Con la verdad se llega lejos; la mentira, en cambio, tiene las patas muy cortas. ¿Es cierta esa contraposición? Psicólogos, antropólogos y neurobiólogos sostienen que mentir constituye un componente esencial de nuestra inteligencia social.
"No mentirás", ordena el octavo mandamiento. Pero lo que una vez se esculpió en piedra diríase que no vale hoy día ni siquiera el papel en el que está escrito. Lo que es más: se le ignora y desprecia. Los psicólogos y los sociólogos coinciden en que, desde la primera mentira contada por Adán y Eva en el paraíso, la especie humana no ha dejado de faltar a la palabra. Todo el mundo hace trampas, miente y engaña, de forma habitual, voluntaria, astuta y calculada.
Científicamente está demostrado que nos desenvolvemos entre engaños y trampas. Gerald Jellison, de la Universidad de California en Los Angeles, registró las conversaciones cotidianas de veinte voluntarios y analizó después las falsedades grabadas en las cintas. El resultado fue para los amantes de la verdad consternador: desde el punto de vista estadístico incluso los participantes más sinceros habían mentido una vez cada ocho minutos. "Muchas veces --anota Jellison-- son pequeñas mentiras, pero mentiras a fin de cuentas."
Octubre/Diciembre 2003
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