ISTOCK / MELPOMENEM
Cuando una palabra se repite muchas veces, parece que pierde significado y empieza a sonar extraña. Compruébelo: «Limón, limón, limón, limón...». Este efecto se conoce en psicolingüística como saciedad semántica. Y tiene una explicación.
En nuestro cerebro, a cada palabra le corresponden dos tipos de información: significado y forma. Esta última consta, por un lado, de grafía, y por otro, de sonido, es decir, de la sucesión de fonemas y sílabas y de la entonación correcta. Nuestro léxico mental almacena la relación específica entre significado y forma para cada palabra. De esta manera, cuando escuchamos a los demás, empleamos esa conexión para descifrar el significado a través del sonido. Gracias a esta asociación, al hablar logramos traducir los contenidos en sonidos. Automáticamente, también nos oímos a nosotros mismos cuando hablamos. Los sonidos que brotan de nuestra boca alcanzan de modo simultáneo los propios oídos y activan de nuevo el significado de lo que decimos. Este denominado bucle perceptivo es responsable de que podamos reconocer de manera instantánea nuestros lapsus linguae («izquierda... eh... derecha»).
Lo más comentado
Un artículo dice
¿Qué es la vida?
No, la física cuántica no dice eso
La tercera convergencia tecnológica, un viaje hacia atrás en el tiempo