
El rendimiento competitivo es el resultado de la interacción de múltiples factores, entre los cuales destaca el legado genético, una herencia que contempla las características antropométricas, cardiovasculares, musculares y la capacidad para mejorar con el entrenamiento.
El fútbol, a pesar de tratarse de un deporte de equipo, no escapa a la necesidad de mejora individual. En este contexto, el prototipo de cuerpo atlético ideal promovido desde hace años deja paso al morfotipo: estructura corporal adecuada para un deporte determinado o para una posición concreta dentro del equipo.
En la mayoría de las actividades físicas, el rendimiento resulta mejor si el deportista presenta una gran masa corporal y un reducido porcentaje de grasa. Sin embargo, existen modalidades en las que dicha proporción puede resultar contraproducente. En la carrera de fondo, por ejemplo, no se requiere una gran masa corporal para obtener un buen rendimiento, aunque sí una baja proporción de tejido adiposo. Otros deportes, como la natación, la natación sincronizada o el waterpolo no parecen tan sensibles a la cantidad de grasa; incluso una cantidad moderada de tejido adiposo puede proporcionar una flotabilidad extra que favorezca el rendimiento. Sin embargo, la mayor parte de los estudios científicos muestran que los deportistas de competiciones de alto nivel presentan una reducida proporción de tejido adiposo.
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