Los investigadores ahondan en el conocimiento del equilibrio emocional de las personas a partir del estudio de su comportamiento alimentario, una conducta regida en buena medida por las emociones.
gehirn & geist / gina gorny
Las emociones y la comida se influyen mutuamente. La liberación de endorfinas o dopamina en el cerebro produce una intensa sensación de placer. Los hidratos de carbono y las grasas operan en el metabolismo hormonal. En ambos casos, el desencadenante es un alimento apetecible.
El placer de la comida representa para la mayoría de personas un componente fundamental de la calidad de vida, por delante de las buenas películas y de las aficiones.
Una compañía grata o la luz de unas velas estimulan la sensación gastronómica agradable. Estos factores externos condicionan junto con la sensación en la boca el agrado con que tomamos cualquier comida.
Hay días en que Ana siente una poderosa atracción hacia la nevera. La joven de 23 años no puede aguantar más. Se deja llevar por la imperiosa necesidad de abrirla, agarrar lo primero que encuentra y comérselo. Varias veces a la semana se traga auténticas montañas de alimentos, en ocasiones más de 6000 kilocalorías diarias. Come y come, sin tiento.
A diferencia de las pacientes con bulimia, después de uno de sus arrebatos Ana no busca contrarrestar el amenazador aumento de peso provocándose el vómito. La joven cumple los criterios diagnósticos de un síndrome Binge-Eating. Con una talla de 1,68 metros, la joven pesa cerca de 120 kilos.
Enero/Febrero 2008
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