Tarde de fútbol. El locutor narra el lance. "Atención al disparo desde la esquina izquierda del área de castigo. ¡Potente y colocado! ¿Imparable? No para el cancerbero. Con la velocidad del rayo aparece y desvía el cuero en el último momento con la punta de los dedos más allá del travesaño." Y sentencia: "Reflejos impresionantes".
Pero esa parada "estelar" se debe, casi exclusivamente, a la decisiva aportación de un órgano cuyas prestaciones suelen pasar inadvertidas. Nos referimos a la retina. Puede establecerse cierto parangón entre la capa de células nerviosas fotosensibles de la parte posterior del interior del globo ocular y la película de una cámara fotográfica. Pero la comparación resulta, con todo, incompleta. La retina es mucho más. Como si se tratase de un procesador especializado, analiza, extrae y filtra la imagen captada en función de aspectos temporales, espaciales y cromáticos. Los datos clasificados se transmiten luego, comprimidos, a los centros del cerebro responsables de la visión, donde se procesan. Volviendo a la gesta del deportista, ésta ha obtenido ya de la retina la información de que su objeto deseado, el balón, vuela desde su derecha hacia la portería.
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