En el curso de la evolución los animales han ido adquiriendo ingeniosas adaptaciones fisiológicas hasta alcanzar la transparencia de numerosas especies marinas.
G. Richard Harbison (N. punctata); Edith A. Widder (Phronima y Cunina)
Salvo el bote en que me encuentro y el buque nodriza, cuya blancura se percibe en la distancia, sólo hay mar y cielo. Tomando una bocanada de aire con mi regulador de buceo, me sumerjo en un agua clara y límpida. La vista llega hasta los 100 metros de profundidad, por lo menos. Me acompañan en la inmersión otros tres biólogos. Mientras bajamos, el azul del agua se oscurece y adquiere un color cobalto medio que deriva hacia morado si nos hundimos más.
A cientos de kilómetros de tierra firme, no buscamos ni un rico arrecife ni pecio alguno consignado. Hemos elegido al azar, en pleno océano, el punto de inmersión. A nuestros pies, un abismo de más de 3000 metros de profundidad. Ese mundo, que abarca el 99 por ciento del espacio habitable del planeta, es un entorno anodino, donde sólo la suave gradación de la luz y el color señala los cambios de tiempo y espacio.
Abril 2000
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