Marte es hoy un mundo helado. Hubo, sin embargo, en su historia momentos de mayor templanza, con ríos y mares, con glaciares fundidos y, quizá, vida en abundancia.
Nos ha impresionado mucho, a los que hemos dedicado buena parte de nuestra vida al estudio de Marte, que se hayan encontrado recientemente en una roca desprendida del planeta indicios de que quizá vivieron en ella microorganismos extraterrestres. Pero la noticia nos ha traído también el recuerdo de Percival Lowell, astrónomo estadounidense de principios de este siglo que apuntó su telescopio a Marte y vio una vasta red de canales bordeados por vegetación. Como Marte, según él, albergaba tal exuberancia, muchos creyeron que reinaban en su superficie condiciones no muy diferentes de las terrestres. En los años sesenta tres sondas Mariner se acercaron al planeta y mostraron la verdadera aridez del medio.
Gracias a las observaciones de aquellos satélites no tripulados se supo que la atmósfera de Marte es fría, seca y está enrarecida. Ese tenue velo, compuesto casi en su totalidad por dióxido de carbono, crea en la superficie una presión que es inferior al uno por ciento de la registrada en la Tierra a nivel del mar. Las imágenes que hace treinta años, durante aquellos breves encuentros, radiaron las sondas Mariner fueron pocas y borrosas, pero mucho más precisas que las captadas por Lowell con su telescopio. Las cámaras instaladas a bordo no vieron canales, ni agua, ni vegetación; tan sólo una superficie lunar, cubierta de cráteres. Hubo, pues, que empezar a descartar que el clima de Marte fuese lo bastante cálido o húmedo para acoger la vida
Enero 1997
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