Las células colocan en su superficie azúcares que hacen de señales de reconocimiento para otras células. Los medicamentos dirigidos hacia esas moléculas servirán para detener la infección y la inflamación.
En 1952 Aaron Moscona separó las células de un embrión de pollo al incubarlas en una solución enzimática y agitarlas suavemente. Pero no permanecían aisladas, sino que volvían a reunirse en un nuevo agregado. Moscona observó también que, cuando las células retinianas y las hepáticas convergían así, las retinianas emigraban hacia el interior de la masa celular. Tres años después, Philip L. Townes y Johannes Holtfreter realizaron un experimento semejante con células de embriones de anfibio, que en este caso se reorganizaban para producir las capas de tejidos de donde procedían.
Estos experimentos, sumados a incontables observaciones, ponen de manifiesto la capacidad de las células para reconocerse entre sí y responder en conjunción. Los espermatozoides, por ejemplo, distinguen los ovocitos de su propia especie de los gametos femeninos de otras, y se unen sólo con los primeros. Algunas bacterias se asientan, de preferencia, en el intestino o en el tracto urinario, mientras que otras lo hacen en órganos diferentes.
Marzo 1993
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