¿Por qué genes muy parecidos producen células tan distintas? La respuesta estriba en saber qué genes se activan y en qué momento, en conocer los mensajes químicos que controlan la diferenciación.
Desde hace medio siglo los biólogos saben que, a medida que las células se van diferenciando, unos genes se activan y otros se inactivan, lo que posibilita que un simple óvulo fecundado se transforme en una flor, una mosca de la fruta o un ser humano. Durante el desarrollo de un organismo las células se mueven, migran, siguiendo complejas estrategias, cambian su forma y terminan por asociarse para constituir tejidos especializados. Un ser humano, por ejemplo, tiene más de 250 tipos distintos de células y cada una debe estar y funcionar en el lugar adecuado. (Las células hepáticas no servirían en el cerebro.) Todas, sin embargo, portan los mismos genes en su ADN.
Cómo se consigue armonizar la actividad de los genes de un organismo para que las células se formen y funcionen en el sitio correcto, y en el momento preciso, ha constituido un misterio que ahora empieza a esclarecerse. Cientos de experimentos demuestran que el control de la expresión de la mayoría de los genes de un organismo se realiza casi siempre mediante la regulación de la transcripción, un proceso cuyo fin es copiar la información genética que contiene el ADN en ARN, que son las moléculas utilizadas para fabricar los millares de proteínas que determinan que una célula difiera notablemente de otra. La principal enseñanza de la biología molecular del último cuarto de siglo es la del control de la expresión génica mediante la regulación de la transcripción.
Octubre 1991
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