La composición de esas moléculas de membrana se altera espectacularmente durante la diferenciación celular y con la aparición de un cáncer. Cabe explotar esos cambios para mejorar el diagnóstico y el tratamiento de las neoplasias.
En 1951 una mujer de 66 años ingresó en un hospital de Charlottesville, Virginia, para que le extirparan un tumor maligno de estómago. Su grupo sanguíneo era del tipo O, comúnmente conocido por donante universal. Las pruebas de laboratorio demostraron, sin embargo, que en su suero había también anticuerpos capaces de reaccionar contra casi todos los tipos de células sanguíneas excepto las suyas propias. No se encontraron donantes cuya sangre fuese compatible con esos anticuerpos. La operación entrañaba, por tanto, un gran riesgo, pues probablemente habría de efectuarse durante su transcurso alguna transfusión sanguínea. Para calibrar la magnitud del riesgo al que se iba a exponer se le realizó una pequeña transfusión de 25 mililitros de sangre de tipo O.
Como se presumía, la reacción inmunitaria de la mujer fue dramática: en su suero aumentó la concentración de anticuerpos contra la sangre del donante hasta una parte por 512. Las pruebas realizadas recomendaban que, para evitar mayores riesgos, se le extirpase sólo parte del estómago. Algo de tejido canceroso debía, por tanto, quedar en el cuerpo de la paciente. No obstante, para sorpresa y satisfacción de todos, ese tejido maligno desapareció después de la operación. La mujer vivió hasta los 88 años sin rastros de cáncer.
Julio 1986
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