Aunque el padre y la madre transmitan genes idénticos a los hijos, sus efectos pueden ser quizá distintos. La impronta diferencial de los genes en función del sexo podría condicionar el desarrollo normal y provocar enfermedades.
En sus primeros experimentos con guisantes, realizados a mediados del siglo xix, Gregor Mendel hizo una observación que, andando el tiempo, se convertiría en axioma para los genetistas. Observó que, al cruzar líneas puras de guisantes lisos con líneas puras de guisantes rugosos, todas las plantas de la descendencia híbrida producían guisantes lisos. El resultado era independiente de la planta lisa empleada en el cruzamiento: se tratara del macho o de la hembra. Mendel había descubierto el principio de equivalencia en los cruzamientos recíprocos, esto es, el gen se comportará siempre de la misma manera, sin importar que venga de la madre o del padre.
El alcance de la observación de Mendel en la historia y práctica de la genética no puede minusvalorarse. Se ha comprobado su validez para muchos rasgos genéticos, no sólo del guisante, sino también de la mosca de la fruta, ratones, el hombre y muchos otros organismos.
Diciembre 1990
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