El descubrimiento de los simios antropomorfos suscitó numerosas polémicas desde principios del siglo XIX. Se temían las consecuencias nefastas, en el plano moral, de un acercamiento entre los simios y el hombre.
¿Por qué debieron científicos eminentes soportar numerosas acometidas de un público enardecido? ¿Por qué surgieron tantas polémicas en el seno de revistas científicas y periódicos sobre un aspecto en apariencia tan marginal como la presencia o ausencia, en el cerebro de los simios, de una pequeña estructura denominada hippocampus minor? ¿Cómo logró una cuestión de anatomía comparada despertar tales pasiones en la opinión pública, casi hasta el punto de provocar reyertas?
Richard Owen, uno de los principales protagonistas de la disputa, era entonces el mayor experto británico en simios. Desde los años treinta del siglo xix, había publicado varios trabajos sobre la osteología del chimpancé y el orangután; había conservado en alcohol cerebros de simio; también había llevado a cabo notables estudios paleontológicos, en particular sobre fósiles de reptiles. A él debemos el término "dinosaurio", acuñado en 1841 para designar a un carnívoro gigante, descrito por otros científicos y denominado Megalosaurus.
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