El maltrato a una edad temprana puede tener duraderos efectos negativos en el desarrollo y las funciones del cerebro infantil.
En 1994 unos policías de Boston se quedaron impresionados al encontrar a un desnutrido pequeño de cuatro años encerrado en un sucísimo apartamento de Roxbury, donde subsistía en sórdidas condiciones. Peor aún, tenía las manos abrasadas. Su madre, drogadicta, se las puso bajo un chorro de agua hirviente para castigarle por haberse comido, pese a que le había dicho que no lo hiciera, la comida de su amante. Y no había sido objeto de ninguna cura ni de atención médica. Este caso estremecedor saltó enseguida a los grandes titulares de la prensa. Tomado luego el niño en adopción, se le hicieron injertos de piel para que las manos recuperaran sus funciones. Pero aunque las heridas físicas de la víctima fueron debidamente tratadas, los resultados de las más recientes investigaciones indican que quizá nunca se subsanen los daños infligidos a su mente en desarrollo.
Por desgracia, casos tan extremos no son infrecuentes: en los EE.UU. las instituciones asistenciales reciben cada año más de tres millones de denuncias de malos tratos, abusos o abandonos de niños, y reúnen pruebas suficientes para confirmar más de un millón de casos.
Mayo 2002
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