En el siglo xix el progreso de la química arrastró el de la industria textil europea, que fabricaba nuevos detergentes para desengrasar las fibras o el agua de Javel para blanquearlas. A su vez, la síntesis de una gama entera de colorantes sintéticos contribuyó al nacimiento de la industria química y farmacéutica moderna.
Antes de 1850, se empleaban colorantes de origen vegetal o animal. No había otros. En Francia, el cultivo de la granza, de la que se extraía un colorante rojo, prosperaba en Alsacia e hizo fortuna en Vaucluse. El índigo para el azul, el palo campeche para el negro, la bija para el rojo-naranja y las cochinillas para el rojo fueron algunos de los productos importados del mundo entero en cantidades crecientes. En sus memorias, Conan Doyle cuenta que por el saco de cochinillas se pagaba en 1881 lo que él recibía por dos años de médico en la marina mercante.
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