Desde que la medicina comenzó a aplicar la electricidad para activar el corazón han transcurrido 50 años. Mucho se ha avanzado en el conocimiento de los desfibriladores; muy poco, en el de la fibrilación.
La operación transcurrió sin novedad. Hubo un breve período de taquicardia, cuando se administró el éter, pero se controló con digital. La intervención quirúrgica, de cierta dificultad técnica, duró dos horas. El tórax del chico de 14 años, con deformación congénita, permitía una respiración de sólo el 30 por ciento de lo normal. Claude S. Beck, cirujano jefe, separó las costillas a lo largo del esternón y reparó el fiasco de la naturaleza. Beck se relajó cuando empezó la parte fácil. Pero después de cerrar la herida, de 38 cm, sobrevino la crisis: el corazón del chico se paró. Beck agarró un escalpelo, cortó las suturas, rodeó el corazón con la mano y lo apretó rítmicamente. Notó el temblor inútil del corazón, a punto de entrar en fibrilación ventricular. En 1947 nadie sobrevivía a este trastorno del ritmo. Beck no se arredró.
Ordenó que se administraran adrenalina y digitálicos. Dueño de sí mismo, pidió un electrocardiógrafo y un desfibrilador, sin dejar de manipular el corazón. Se tardaron 35 minutos en obtener un electrocardiograma, que, en su vacilación y desorden, confirmaba la situación de fibrilación ventricular. Diez minutos después, sus ayudantes arrastraban un desfibrilador experimental desde el laboratorio de Beck, contiguo a la ciudad sanitaria de Cleveland. Instaló la máquina en el lugar adecuado y colocó sus dos planchas de metal directamente en el corazón del paciente. El equipo quirúrgico observó los espasmos cardíacos conforme los 1500 volt de electricidad atravesaban sus fibras musculares. Beck contuvo la respiración y esperó.
Agosto 1998
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