De acuerdo con una hipótesis plausible, aquí razonada, la devastación del sistema inmunitario que lleva a cabo el sida surge de la evolución permanente del virus de la inmunodeficiencia humana en nuestro organismo.
LENNART NILSSON, BOEHRINGER INGELHEIM INTERNATIONAL
Tras la rápida proliferación inicial del VIH en el organismo, la infección queda controlada durante cierto tiempo por una fuerte respuesta inmunitaria en la que los afectados no suelen mostrar síntomas del sida. Pero después de algunos años el virus termina por vencer al sistema defensivo y entonces se manifiesta la enfermedad.
Para explicar tal progresión, los autores del presente artículo proponen una hipótesis evolutiva, según la cual el VIH experimenta mutaciones que dan lugar a variantes víricas. Cuando se traspasa cierto número de esas variantes, el sistema inmunitario se muestra incapaz de hacerles frente y se derrumba.
Mediante modelos matemáticos se demuestran los distintos ritmos de avance del VIH en función de la respuesta inmunitaria inicial.
La interrelación entre el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) y el sistema inmunitario ha resultado ser mucho más dinámica que lo que la mayoría de los expertos suponían. Las investigaciones revelan que el VIH se replica de manera prodigiosa y que cada día que pasa son muchas las células del sistema inmunitario que se destruyen. Pero esta proliferación del virus queda controlada, de ordinario durante muchos años, por una respuesta defensiva vigorosa que impide una multiplicación más allá de ciertos límites. Por lo general, sin embargo, el equilibrio de fuerzas acaba inclinándose hacia el lado del VIH, provocando las graves alteraciones del sistema inmunitario que caracterizan el período de máximo apogeo de la enfermedad del sida.
Nosotros hemos propuesto una hipótesis evolutiva. No solo explica la escapada final del virus de cualquier control inmunitario. Da cuenta también del prolongado período asintomático que transcurre entre la infección y la aparición de la enfermedad, así como de la duración de esa etapa silenciosa, que varía de forma considerable de un paciente a otro. En la mayoría de los individuos, el período asintomático dura unos diez años, mientras que en otros la enfermedad aparece ya al cabo de dos, y los hay que manifiestan los síntomas después de quince años.
Octubre 1995
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