Si bien es posible en teoría, no se conseguirá con ningún elixir. Los futuros tratamientos contra el envejecimiento tendrán que contrarrestar simultáneamente muchos procesos bioquímicos degenerativos.
JERRY GAY
Alo largo de la historia, todas las culturas han aspirado a retrasar el envejecimiento, prolongando las energías o capacidades y la vida misma. En la actualidad, las dietas macrobióticas, las hormonas de moda entre los ancianos, prácticas sanitarias hindúes recicladas y otras supercherías siguen atizando la llama de la esperanza. Todos estos intentos por restaurar o mantener el vigor juvenil sólo tienen una cosa en común: no consiguen su objetivo. Las personas que cumplen los 65 sólo tienen una probabilidad ligeramente mayor que hace 2000 años de disfrutar de una vejez vigorosa.
Los investigadores en medicina han ideado terapias útiles para tratar trastornos cuya frecuencia se incrementa con la edad, así el cáncer y las cardiopatías. En los últimos 120 años, los sistemas de salud pública y los fármacos que combaten enfermedades infecciosas han elevado la esperanza de vida en las naciones desarrolladas al reducir los fallecimientos prematuros. Pero nada puede retrasar ni frenar los procesos naturales que hacen envejecer a los adultos y mermar su actividad fisiológica con los años. La cura de una enfermedad a una edad avanzada suele significar que otro problema relacionado con la vejez ocupará en breve su lugar. Los achaques siguen siendo el sino de los mayores de ochenta años, por mucho que los medios de comunicación ensalcen a los corredores de maratón nonagenarios.
Enero 2000
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