Si nos rasgamos la piel, la herida se cerrará en pocos días. Si nos rompemos la pierna, la fractura se soldará, siempre que el hueso esté en la posición correcta. Casi todos los tejidos se autorreparan en alguna medida a lo largo de la vida. Mucho tienen en ello que ver las células madre, versátiles; se parecen a las del embrión en desarrollo por su capacidad de multiplicarse punto menos que ilimitada y de generar no sólo copias de sí mismas, sino también tipos celulares diversos. La médula ósea proporciona un ejemplo esclarecedor. De las células madre de la médula proceden todas las células de la sangre: eritrocitos, plaquetas y leucocitos. Otras células madre producen los diversos componentes de la piel, el hígado o el epitelio intestinal.
El cerebro de un humano adulto puede, a veces, compensar la lesión sufrida estableciendo nuevas conexiones entre las neuronas supervivientes. Pero no puede repararse a sí mismo, pues carece de células madre que permitan la regeneración neuronal. Al menos eso era lo que la neurobiología aceptaba hasta hace muy poco.
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