Los músculos que hay detrás de la membrana del tímpano se contraen involuntariamente cuando una persona habla o se ve expuesta a un sonido intenso. Este sistema neuromuscular de control evita la sobrecarga sensorial.
El desarrollo de la industria moderna ha producido un mundo lleno de ruidos. El estruendo de los martillos neumáticos, el zumbido de los reactores y el estrépito de las guitarras eléctricas son sonidos habituales en nuestros días. Pero diríase que la naturaleza ha sido muy previsora, al equipar al oído humano con un sistema de amortiguación del ruido bastante refinado: dos diminutos músculos unidos a los huesecillos del oído medio, las estructuras que conectan la membrana del tímpano con la cóclea (donde se encuentran las células receptoras del sonido). Cuando estos músculos se contraen, amortiguan la vibración de los huesecillos, reduciendo así la señal acústica que finalmente llega al oído interno.
Aunque se trata de músculos esqueléticos (y, de éstos, los más pequeños del cuerpo humano), su control no es voluntario. Se contraen de forma refleja, aproximadamente una décima de segundo después de que ambos oídos se vean expuestos a sonidos externos intensos. Y las características de este comportamiento reflejo se han llegado a conocer con tanto detalle que las variaciones de la respuesta normal sirven para diagnosticar diferentes alteraciones auditivas y neurológicas.
Octubre 1989
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