Pronto se iniciará la utilización militar de unos aviones de rotor inclinable, que despegan verticalmente y luego vuelan como los aeroplanos normales. Las aplicaciones civiles pudieran no tardar mucho.
Ha empezado ya el siglo XXI: una terrible erupción volcánica asola el norte de los Andes atrapando y amenazando las vidas de miles de personas, como ya sucediera en 1985. Próximo a las costas de Colombia se encuentra un buque de la Armada de EE.UU. —concretamente el Wasp, dotado con dos docenas de aeronaves de rotor inclinable V-22 Osprey—, en el curso de unas maniobras conjuntas con la flota colombiana. Los Osprey reciben órdenes de prestar toda la ayuda posible.
En esta situación hipotética, unos 1000 kilómetros separan al Wasp del lugar de la catástrofe, distancia excesiva para un helicóptero corriente, pero perfectamente cubierta por el radio de acción de un Osprey. Estas naves despegan del buque como helicópteros normales y, una vez en el aire, inclinan 90 grados hacia delante sus rotores para volar como un avión de turbohélice cualquiera. Gracias a ello los Osprey llegan a la zona del desastre unas horas después y en unos pocos días pueden realizar más de mil salidas y rescatar decenas de miles de personas. (Recuérdese que la erupción de 1985 causó 23.000 bajas.)
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