Los Estados Unidos van muy retrasados en el tema de los trenes muy veloces más por razones políticas que técnicas.
Impresionados por los trenes bala japoneses, los TGV franceses y los ICE alemanes, los estadounidenses inevitablemente se preguntan: "¿Por qué no tenemos aquí esos trenes tan veloces?" Los trenes que circulan a velocidades superiores a los 200 kilómetros por hora en Japón y en Europa no existen en los Estados Unidos, sobre todo por factores políticos y sociales, no por falta de conocimientos técnicos.
Las naciones que han sentado con éxito las bases de los ferrocarriles de gran velocidad disponían ya de los medios financieros y organizativos para continuar la mejora de sus líneas férreas. Eran propietarias de la red viaria y contaban con las empresas públicas nacionales que las explotaban. Siendo los trenes y las vías una responsabilidad pública inamovible, los gobiernos se mostraron proclives a realizar substanciales inversiones a largo plazo en la infraestructura ferroviaria al enfrentarse con los problemas de las carreteras atascadas y los aeropuertos saturados. Tampoco les resultaba nueva la necesidad de proporcionar subvenciones para absorber las pérdidas por explotación.
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