Se pensaba que el teletrabajo evitaría los desplazamientos de la gente en automóvil, con lo que se reducirían los atascos. Puede que cambien las pautas de viaje, pero no afectará a la densidad de tráfico.
Poco después de que se inventase el teléfono comenzó a tomar cuerpo la idea de que las técnicas comunicativas podrían evitar los desplazamientos de la gente. En varios periódicos de Londres aparecieron hacia 1880 cartas y artículos teorizando sobre la posibilidad de que el teléfono sustituyera a los encuentros cara a cara. La ciencia ficción de H. G. Wells ("When the sleeper wakes", 1899) y de E. M. Forster ("The machine stops", 1909) describió aparatos de teleconferencias (o de "cine-tele-fotografías", para usar el término de Wells) capaces de lograr la misma finalidad. Y un artículo de un suplemento de Scientific American vaticinaba en 1914 que las telecomunicaciones reducirían los atascos de tráfico.
Estas ideas resurgieron en los años 60 y 70, al tiempo que la informática calaba en la sociedad y se redoblaban los esfuerzos para limitar el gasto de combustibles fósiles frente a las crisis energéticas del momento. Hoy se ven ordenadores personales y aparatos de fax por todas partes, las videoconferencias ya no sorprenden a casi nadie, pero las carreteras están más embotelladas que nunca.
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