La práctica ancestral de remover la tierra antes de sembrar una nueva cosecha constituye una de las principales causas de la degradación de las tierras de cultivo. La agricultura sostenible apuesta por el abandono del arado.
ANDY ANDERSON
John Aeschliman vuelca una palada de mantillo de tierra de su finca de 1600hectáreas situada en la región de Palouse, al este del estado de Washington. Es una tierra negra; se desmenuza fácilmente, revelando una textura porosa y una abundancia de materia orgánica que facilita el crecimiento de raíces. Se ven también enjambres de lombrices, otra señal de buena salud.
Hace tan sólo treinta y cuatro años, en una palada de esa tierra se habrían visto, como mucho, sólo algunas lombrices. En aquel tiempo, Aeschliman araba el campo antes de cada siembra; con ello enterraba los residuos de la cosecha anterior y aprestaba el suelo para la siguiente. En la accidentada región de Palouse, hacía decenios que la tierra se cultivaba de ese modo. Pero el uso del arado le estaba cobrando un peaje: su suelo, famoso por lo fértil, se estaba erosionando a un ritmo alarmante. En 1974, convencido de la existencia de una mejor forma de trabajar la tierra, Aeschliman decidió experimentar con un nuevo método: el cultivo sin labranza.
Septiembre 2008
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