Dependemos del nitrógeno para abonar los campos, pero su creciente consumo mundial daña el medio y amenaza la salud.
MARK BLINCH Reuters
Miles de millones de personas deben hoy la vida a un descubrimiento de cien años atrás. En 1909, el químico alemán Fritz Haber, de la Universidad de Karlsruhe, ideó un procedimiento para obtener amoniaco, el ingrediente activo de los abonos sintéticos, a partir del nitrógeno, gas que abunda en la atmósfera, pero que, al no ser reactivo, no lo asimilan la mayoría de los organismos. El cultivo mundial de alimentos alcanzó un hito 20 años después, cuando su colaborador Carl Bosch desarrolló un sistema para realizar a escala industrial la idea de Haber.
Durante los decenios siguientes, las nuevas factorías transformaron incesantemente amoniaco en fertilizantes. Hoy día, la invención de Haber-Bosch merece unánime respeto como uno de los logros más notables en salud pública de toda la historia humana. El abono sintético, pilar de la revolución verde, ha permitido a los agricultores transformar tierras estériles en campos de labor y repetir cosechas en el mismo suelo sin esperar a que se produzca la regeneración natural de los nutrientes. En consecuencia, la población mundial se ha disparado a lo largo del sigloxx de 1600 a 6000 millones.
Abril 2010
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