Pocas sesiones habrá habido más memorables en la historia de la física que la celebrada el 18 de marzo de 1987 durante una reunión de la Sociedad Norteamericana de Física. Se organizó de prisa y corriendo para dar cabida a las muchísimas comunicaciones que habían llegado fuera de plazo. Dos mil físicos acudieron al hotel Hilton de Nueva York. Apiñados en un salón de baile, desbordado hasta el vestíbulo, se las veían y deseaban para ofrecer y escuchar los cinco minutos de disertación sobre las últimas ideas e investigaciones.
La causa de tanta conmoción académica fue el anuncio de la superconductividad a altas temperaturas. A finales de 1986 J. Georg Bednorz y K. Alexander Müller, del Laboratorio de Investigaciones de IBM en Zurich, comunicaron que una cerámica, el óxido de lantano, bario y cobre, perdía toda resistencia eléctrica enfriada sólo a -238 grados centígrados, o 35 kelvins (grados sobre el cero absoluto). Aunque es una temperatura muy baja, estaba diez grados por encima de la mejor a la que se hubiese conseguido hasta entonces la superconductividad, siempre con metales o aleaciones. Enseguida se anunciaron y confirmaron temperaturas críticas de más de 90 kelvins, y abundaron los rumores de superconductividades a 130 y 240 kelvins. Si algún día se hallase un material que supercondujese a la temperatura ambiente (unos 300 kelvins), la sociedad entraría en una nueva era.
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