De la investigación centrada en el tamaño y la forma del cerebro brotan nuevas ideas sobre el desarrollo neural, las diferencias entre sexos y la evolución humana.
John S. Allen
Joel Bruss
Hanna Damasio
Si el lector viviera en el siglo XIX, los rasgos de su personalidad (ambición, ternura, ingenio o valor) podrían haber sido juzgados en razón del tamaño y la forma de su cráneo. La frenología, así se llamaba ese proceder, fue desarrollada por Franz Joseph Gall y Johann Spurzheim en Viena a principios de la mencionada centuria. Los seguidores de este método declaraban que las facultades mentales residían en diferentes regiones del cerebro, regiones que serían mayores cuanto más acentuados fueran los rasgos correspondientes. Los frenólogos sostenían también que el cerebro determinaba la forma del cráneo; por tanto, el examen del exterior de la caja craneana detectaría el desarrollo regional del cerebro.
Pese a nuestro fundado escepticismo sobre esas exploraciones del tamaño del cerebro y sus correlatos funcionales, hemos de reconocerle algo de razón a la visión frenológica del mundo: la estructura cerebral constituye un aspecto fundamental de la neurociencia, porque las funciones cerebrales se ejecutan gracias a combinaciones específicas de las regiones implicadas. En animales complejos, el tamaño y la forma del cerebro reflejan una cohorte de procesos evolutivos, genéticos, patológicos, funcionales y de desarrollo, que interactúan para producir un organismo.
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