La publicación en 1859 de El origen de las especies de Charles Darwin promovió una oleada de investigaciones sobre la evolución humana, búsqueda que se acentuó con El origen del hombre y la selección en relación con el sexo, otra obra suya que apareció doce años más tarde.
Ya antes, en 1856, se había descubierto un primer hombre fósil en la gruta de Feldhofer del valle de Neanderthal, a 12 kilómetros de Düsseldorf. Para Thomas Henry Huxley y Carl Fuhlrott, aquellos huesos fosilizados pertenecían a un hombre de tipología distinta del moderno. Para Rudolf Virchow, sin embargo, tales huesos sí eran de hombre moderno, aunque se trataba de un espécimen patológico. La búsqueda de "eslabones perdidos" había comenzado y, por lo que se refiere al caso humano, creíase que ese engarce debía ser un descendiente de algún simio semejante a los actuales.
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