Imaginemos una orquesta de tamaño prodigioso que llevara tocando sin parar 14.000 millones de años. E imaginemos que la primera impresión que nos produjese fuera de armonía, pero que, al prestar más atención, percibiésemos que la tuba y el contrabajo interpretaban una partitura diferente.
Eso mismo sucede cuando se "presta oído" a la música del universo, el fondo cósmico de microondas (FCM), nuestro privilegiado mirador a las condiciones que rigieron en el cosmos arcaico. Según parece, al poco de la gran explosión se generaron fluctuaciones aleatorias - un fenómeno cuántico - en la densidad de energía del universo. Se dilataron sobremanera hasta acabar convirtiéndose en los cúmulos de galaxias de nuestros días. Aquellas fluctuaciones se asemejaban mucho a las ondas sonoras, que son oscilaciones de la densidad del aire. Ese "sonido" que vibró por todo el cosmos hace 14.000 millones de años dejó su impronta en el FCM. Hoy observamos, impreso en el firmamento, su mapa, plasmado en las variaciones de la temperatura de la radiación cósmica de fondo.
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