Fue en 1996 cuando emprendimos nuestra primera campaña en Magadascar. Llevábamos en la isla tres semanas ya buscando fósiles y sólo habíamos cosechado algunos dientes y huesos dispersos. Cierto era que el terreno accidentado y las dificultades logísticas no facilitaban la labor. Pero cuando la campaña se acercaba a su fin, dimos con una pista muy prometedora en el oriente meridional de la isla. En el mapa turístico del centro de información del Parque Nacional de Isalo se señalaba un paraje llamativo: "lugar de huesos de animales". Dos jóvenes lugareños nos guiaron.
Nuestras ilusiones no tardaron en desvanecerse. Los fragmentos de esqueleto corroídos y esparcidos por la ladera de la colina pertenecían al ganado que pastaba y a otros animales actuales. Aquel sitio, si bien de potencial interés para los arqueólogos, no parecía esconder la presa, mucho más antigua, tras la que nosotros íbamos. Avanzado el día, otro guía nos condujo a un segundo paraje con huesos desparramados. Allí descubrimos dos fragmentos de mandíbula del tamaño de un pulgar, cuya antigüedad era palmaria. Pertenecían a rincosaurios, parientes con pico de loro de los dinosaurios, extinguidos hace mucho tiempo.
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