Reducir el sufrimiento de los animales trae consigo a menudo un beneficio inesperado: conseguir ensayos más precisos y seguros.
Alan M. Goldberg
Thomas Hartung
Al Gore, cuando era vicepresidente de Estados Unidos, puso en marcha un programa para la comprobación de la toxicidad de los productos químicos. El programa supone sufrimiento y muerte para casi un millón de animales. Se ganó el aplauso de la mayoría; tendría que haberse hecho, se decía, mucho antes.
En 1997, un grupo, que ahora lleva el nombre de Defensa Ambiental, señaló que sólo se disponía de información toxicológica adecuada para una cuarta parte de las cien mil especies químicas de uso habitual. La Agencia de Protección del Medio (APM), entidad gubernamental, y el Consejo Norteamericano de Química, una asociación industrial, le dieron la razón. Gore convenció a las partes interesadas para que emprendieran pruebas de seguridad mínimas de los 2800 productos químicos que los Estados Unidos fabrican o importan en cantidades superiores a unas 400 toneladas al año. Un sitio público en la Red daría a conocer la información obtenida.
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