En 1775 Percivall Pott, médico inglés, observó una llamativa incidencia de úlceras de escroto entre los deshollinadores de Londres. Otros galenos atribuirían esa patología a una enfermedad venérea que hacía estragos en la ciudad. Pero Pott fue más avispado, al percibir que padecían un tipo de cáncer de piel. El descubrimiento de Pott constituyó un hito en la historia de la medicina. Al observar que los hombres expuestos de manera continua al alquitrán eran especialmente vulnerables a esta forma de cáncer, aportó los primeros datos de que tal tumoración podría deberse, no a factores internos, sino a un agente externo.
Con el tiempo los investigadores llegarían a identificar otro nexo entre el ambiente y el cáncer de piel, aunque en esta ocasión el agente es mucho más universal. El trabajo tenaz y exhaustivo de decenas de científicos ha sacado a la luz numerosos aspectos del papel ejercido por la radiación solar en la incidencia anual de un elevadísimo número de cánceres de piel
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