Emular la naturaleza y tratar de obtener los maravillosos cristales con los que nos obsequia es más un arte que una ciencia.
Dihidrogenofosfato de amonio, NH4H2PO4 [MARC BOADA].
Casi todas las actividades científicas, sobre todo las artes afines a la física y la química, comparten el interés por los cristales. Para celebrar en estas páginas el Año Internacional de la Cristalografía, dedicaremos la sección a estas maravillosas joyas naturales. Para empezar, podríamos definirlas como estructuras tridimensionales donde los átomos, ya sean de un elemento o un compuesto químico, se hallan distribuidos en el espacio formando una celda elemental que se repite una y otra vez, generando un retículo, o red, que puede llegar a tener dimensiones macroscópicas.
Conocemos siete sistemas cristalinos (triclínico, monoclínico, ortorrómbico, tetragonal, cúbico, trigonal y hexagonal) y catorce retículos espaciales básicos o redes de Bravais (que se obtienen al conjugar los siete sistemas cristalinos con las distintas formas que tienen los átomos de distribuirse en la celda elemental), a partir de los cuales se obtienen decenas de combinaciones. Además, cada compuesto químico cristaliza típicamente de un modo que lo caracteriza; es lo que el mineralólogo llamaría el hábito cristalino. Y es precisamente en el mundo mineral donde estos fenómenos estructurales se expresan con magnificencia: la gran mayoría de los minerales forman cristales perfectos que van de lo microscópico a lo decamétrico.
Mayo 2014
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