El genoma de los organismos no es un elemento fijo e invariable, sino que combina la estabilidad requerida para la herencia con la flexibilidad necesaria para el cambio. Dicha flexibilidad es posible gracias a la recombinación genética, pilar básico, junto con la mutación, de la variación natural y la evolución.
Del fenómeno de la recombinación se ocupó, a principios del siglo pasado, Thomas H. Morgan, quien demostró con la mosca de la fruta Drosophila melanogaster que los genes próximos de un mismo cromosoma mostraban ligamiento, es decir, que se transmitían juntos, si no mediaba un intercambio físico o entrecruzamiento de segmentos cromosómicos.
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