En junio de 2017, American Airlines canceló 40 vuelos con origen en Phoenix, Arizona. La prensa habló de una temperatura excesiva, de un aire menos denso y de una sustentación reducida en las alas, lo que imponía una distancia de despegue superior a la longitud de la pista.
Pero ¿ocurre realmente así? La explicación suscita nuestra incredulidad y la de no pocos colegas. Para saber a qué atenernos, hemos profundizado en la cuestión con las herramientas que nos proporciona la física. Nuestras estimaciones no tienen en cuenta por completo los valores elegidos por los fabricantes por cuestiones de seguridad, pero confirman las explicaciones ofrecidas. Y los efectos del cambio climático no se detendrán ahí: también habremos de esperar fluctuaciones más frecuentes en los tiempos de vuelo debidas a las alteraciones de la corriente en chorro.
Alzar el vuelo
Sigamos el despegue de un avión. Una vez liberados los frenos, la aeronave rueda por la pista acelerando. El movimiento del aire en torno a las alas y al fuselaje crea una fuerza aerodinámica proporcional a la densidad del aire y al cuadrado de la velocidad del avión con respecto a dicho aire, lo que en un avión que acelera implica una fuerza cada vez mayor. Su componente horizontal, la resistencia aerodinámica, se opone a la velocidad; la componente vertical, la sustentación, compensa progresivamente el peso de la máquina.
En cierto momento, el avión alcanza la velocidad que en principio le permitiría despegar. No obstante, el piloto impide que la aeronave alce el vuelo en ese instante y continúa aumentando su velocidad: un margen de seguridad que se logra ajustando los flaps, situados en el borde de escape del aire.