Los sonidos de los crustáceos atraen a las larvas de este bivalvo, que construyen nuevos arrecifes.
[Thomas Fuchs]
Los arrecifes de ostras cubrían antaño gran parte del lecho marino, donde filtraban el agua, estabilizaban las orillas y brindaban refugio a una rica variedad de seres vivos, pero la actividad pesquera de los arrastreros ha destruido la mayoría de ellos en todo el globo durante los últimos dos siglos. Ahora, unos investigadores de la Universidad de Adelaida dan a conocer en un artículo del Journal of Applied Ecology un hecho curioso que podría ayudar a reconstruir esas formaciones: las crías de ostra siguen los sonidos de los camarones y los langostinos.
Las larvas microscópicas de la ostra australiana Ostrea angasi vagan arrastradas por las corrientes y nadan con sus cilios en busca de una superficie firme a la que se fijarán de por vida, normalmente un arrecife floreciente levantado por las conchas de otras ostras. Si no disponen de un arrecife cerca, flotan inermes sobre el fondo arenoso y solo unas pocas afortunadas encontrarán un hogar en rocas dispersas. Los especialistas en conservación han intentado crear de cero arrecifes sumergiendo rocas calcáreas para que se asienten en ellos las larvas, pero la mayoría permanecen perdidas en el mar.
En estudios anteriores se había observado que otros seres vivos se dirigen hacia los sonidos que emiten los ecosistemas sanos, cada vez menos frecuentes por el empobrecimiento de los arrecifes y el rumor de los buques, que domina el paisaje sonoro del mar. Las ostras no poseen oídos pero perciben las vibraciones, así que el equipo se preguntó si las larvas no estarían siguiendo una baliza acústica propia: los crujidos de las pinzas de los langostinos y otros crustáceos.
Esos habitantes de los arrecifes chasquean sus pinzas para lanzar chorros de agua que aturden a las presas, produciendo una cacofonía constante de 210 decibelios de intensidad, una potencia equivalente a la de un concierto de rock. En el laboratorio y en un experimento en mar abierto, comprobaron que las larvas de ostra nadan hacia las grabaciones del sonido de los langostinos y se asientan sobre las superficies firmes cercanas. Las larvas localizan con dificultad esas superficies si no se emite el sonido o el rumor de los barcos causa interferencias.
Los investigadores dicen que atraer a las ostras hacia arrecifes artificiales puede ofrecer una alternativa a otras medidas laboriosas y costosas, como enviar buceadores para transportar las larvas a su nuevo hogar. «La cría conlleva un coste y un esfuerzo», señala Terry Palmer, científica marina de la Universidad de Texas que trabaja en la conservación de estos bivalvos pero no ha participado en el estudio. En su opinión, el nuevo método sería útil si se combinase con el aporte de superficies idóneas para la creación de los arrecifes, sobre todo en las zonas donde la fauna escasea.
Y esa técnica acústica podría servir a más animales que las ostras. Brittany Williams, bióloga marina de la Universidad de Adelaida y autora principal del estudio, afirma: «Son los elementos constructivos de los arrecifes australes». Allá donde van las otras, les siguen más formas de vida. Aunque atraer a las larvas a unos escollos artificiales desprovistos de vida para que se instalen se podría ver como una treta cruel y de corto recorrido, el resultado está asegurado: el plancton y las algas de los que se alimentan es ubicuo, por lo que no mueren de inanición mientras esperan que el resto de la comunidad colonice el arrecife.
Kate Golembiewski
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