Los escáneres cerebrales podrían transformar nuestras nociones legales de responsabilidad o credibilidad.
ILUSTRACIÓN DE BROWN BIRD DESIGN
Por una extraña coincidencia, al poco de haber comenzado a dirigir un proyecto de la Fundación MacArthur cuyo objetivo era analizar el papel de la neurociencia en el sistema judicial, fui llamado por primera vez en mi vida para formar parte de un jurado popular. De entre las ochenta personas convocadas, el juez debía elegir a aquellas que habrían de evaluar el caso de una joven acusada de conducir bajo los efectos del alcohol. Muchos quedaron exentos por una razón u otra; la mayoría, por haber conducido alguna vez en estado etílico.
Cuando el juez me reclamó y me preguntó a qué me dedicaba, le respondí que era neurocientífico. «De hecho, he trabajado en cuestiones relevantes para el sistema judicial: la formación de falsos recuerdos, la naturaleza de las adicciones o el modo en que el cerebro regula el comportamiento.» El magistrado consideró mis palabras. «¿Cree que durante el juicio podrá dejar de lado cuanto sabe sobre el tema?». Respondí que podía intentarlo. Tras ello, me declaró no apto.
Junio 2011
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